It's the End of Campaigning as We Know It: El Coronavirus y la nueva política
El mundo está operando desde el encierro. La cuarentena impuesta por el COVID-19 detuvo nuestra cotidianidad y la pandemia transformó para siempre la manera en que interactuamos como especie. Cuando se encuentre la vacuna, será muy tarde; el Coronavirus ya habrá cumplido su misión de reingeniería social.
Lo pensaremos dos veces antes de entrar a un centro comercial, restaurante, cine o teatro, y seremos más selectivos al saludar con besos y abrazos que con nuestra ropa interior.
La germifobia y la costumbre a la “nueva normalidad” basada en la distancia representa una amenaza contra instituciones que por siglos han dirigido nuestro comportamiento, incluyendo a las estructuras políticas y de gobierno.
Todo modelo de intercambio será irremediablemente más descentralizado, más participativo y más innovador que nunca. Un verdadero apocalipsis para el status quo que premia el modelo arcaico de la política hecha en la calle y la imagen imperial del candidato como salvador de todos los problemas. La masa se volvió inmune al opio; se percató de que ni el gobierno ni los políticos son capaces de reducir el peligro del desempleo, de la escasez de recursos y de la muerte solitaria que promueve el virus.
En la nueva era de la salvación individual y del pánico colectivo, el mundo en el que viven los políticos tradicionales se está derrumbando. Las columnas del cinismo, que por décadas ha sostenido los cuartos oscuros en donde unos pocos decidían por el resto, no aguantan otro malabar de relaciones públicas.
Se acerca el final…
Se establecerá un Nuevo Orden Político que rechaza las ideologías y favorece las soluciones prácticas a los problemas del día a día. El COVID-19 plantea una problemática que trasciende toda consideración social, económica y política que cada candidato deberá resolver atemperando su campaña a los tiempos de pandemia.
La consultoría política tampoco está inmune a la transformación en el ambiente. El consultor se verá obligado a elegir: adaptarse o extinguirse. La supervivencia dependerá de cuán creativo sea el enfoque dentro de la incertidumbre.
Partiendo de la rapidez con la cual se mueve el panorama político, se deben observar estas tres tendencias que pueden ayudar a reformular el concepto de “contacto”.
1. Menos físico, más sociable
Es innegable que nuestras interacciones no serán las mismas después del Coronavirus, lo que representa un dilema para el candidato besucón, que abraza como oso y se alimenta de las multitudes. Al igual que los teatros, los cines y los conciertos, las reuniones y caravanas políticas serán percibidas como el paso inicial hacia una fosa común. La solución es simple: el candidato debe dejarse guiar por sus asesores. Pero “simple” no es sinónimo de “fácil”, y con toda probabilidad, se desatará una guerra civil dentro de los equipos de campaña entre las tropas de los que seguirán el libreto preCOVID-19 como una biblia y aquellos que reconocen la necesidad de adentrarse en el mundo de las plataformas sociales.
No me refiero a la actualización de status, ni a publicar una foto cada media hora, sino de concebir a Facebook como la nueva plaza pública; de aceptar que Twitter es el nuevo megáfono y los hashtags son las nuevas vallas publicitarias; y que YouTube e Instagram son la versión costo efectiva de la televisión. Además, estamos viendo el potencial de Google Hangouts y Zoom como herramientas de organización y targeting para implementar tácticas de Get Out The Vote.
Toda crisis genera inventiva. Y a pesar de que en la política no se tiene que inventar la rueda, se tienen que repensar las campañas como operativos conducidos con la misión de interceptar la atención pública en cada una de las plataformas.
El fin no cambia: obtener votos y ganar elecciones. El reto ahora está en seleccionar y utilizar los medios digitales disponibles de acuerdo a la personalidad del candidato y al público objetivo al que se le quiera comunicar el mensaje.
Y el mensaje no solo debe llevarse online. A veces hay que mezclar la nueva escuela con la vieja.
2. You’ve Got Mail
El alcance del correo electrónico siempre estará disponible para las empresas que quieran sobrefacturarle a los equipos de campaña. Sin embargo, en tiempos pandémicos hay una audiencia cautiva entre las cuatro paredes de su casa, y por primera vez puede apostarse a que el contacto a través del correo sería efectivo.
Las cartas siguen siendo uno de los medios más costosos, pero la personalización que provee tiene un valor incalculable. Tampoco puede ignorarse el efecto nostálgico que genera el redactar, enviar y recibir una carta.
Pero, ¿y los jóvenes?
Creo que existe una malinterpretación en torno a que los millennials y la Gen Z aborrecen todo lo que no sea virtual o cibernético. Limitar cualquier generación siempre ha sido un error, particularmente en la política. A diferencia del ambiente educativo y laboral, en el cual los estudiantes y empleados asocian la redacción con obediencia a sus superiores– ya sean maestros o jefes– en el mundo político el acto de escribir se asocia con libertad, representatividad y hasta rebelión. Sea desde la izquierda o desde la derecha, quien escribe se libera de alguna idea que tenía atrapada en su cabeza.
¿Por qué no experimentar con cuán rápido puede transitar la redacción clásica de tinta sobre papel a través de la superautopista del internet?
Un ejemplo reciente es la iniciativa que tuvo la campaña para la primaria presidencial de Bernie Sanders, llamada “Bernie Mail” en la plataforma social Instagram. El proceso es simple: publicar fotos de las distintas cartas redactadas a meno por partidarios de Sanders y crear el engagement. Se visibiliza al ciudadano y se hace pública su exigencia o propuesta, mientras se forma una comunidad con capacidad para movilizarse hacia las urnas.
El cartero es un aliado de las campañas.
3. La polarización aumentará
Aunque mencioné inicialmente que actualmente el ciudadano busca soluciones a sus problemas cotidianos, no necesariamente elimina la ideología de la ecuación. Todo lo contrario, el candidato populista tendrá que redoblar esfuerzos para fortalecer el miedo y la demagogia.
Jair Bolsonaro continuará equiparando el COVID-19 a un catarro que se cura con fe y jengibre.
AMLO sostendrá su argumento ultracientífico de que el Coronavirus no tiene la mínima oportunidad contra la cultura mexicana.
Y Donald Trump, independientemente del aumento alarmante de contagiados y fallecidos, seguirá minimizando los estragos de la pandemia.
De hecho, el dogma populista dicta que mientras más acorralado se encuentra el candidato, más debe apelar aún más a la histeria colectiva. Por ejemplo, en los Estados Unidos, uno de los primeros anuncios de Trump en reacción a la pandemia fue suspender la inmigración, regresando a las raíces de su plataforma como candidato presidencial. Viendo que la negación era cada vez menos una opción, decidió etiquetar el COVID-19 como el “China virus”, marcando a toda persona con rasgos asiáticos con la letra escarlata.
Y con la misma capacidad de contagio del Coronavirus, esta práctica peligrosamente ideológica ha invadido la psiquis de un sector predominantemente blanco que sale a la calle para reclamar derechos fundamentales como transitar libremente, sacar sus rifles a pasear sobre sus hombros y cortarse el cabello.
Pero el desafío a las órdenes de cuarentena impuestas por los gobiernos estatales no queda ahí. Precisamente en Michigan se han visto cosas insólitas, como ciudadanos presentándose en el Capitolio con armamento suficiente como para invadir a Canadá, y protestantes gritando “Hail Hitler”! en el Siglo XXI como si estuviese ordenando un Caramel Macchiato en Starbucks.
Impresionante, pero es apenas la punta del iceberg. La tendencia a nivel internacional es que la pandemia tendrá un efecto devastador en la salud mental de los ciudadanos, por lo que puede esperarse que la sensación de impotencia e inseguridad de quienes están desempleados y con mayor riesgo de contagio no tenga otro remedio que no sea lanzarse a la calle para exigir justicia a sus líderes político.
La consultoría política tiene la oportunidad de intervenir en el Nuevo Orden Político con estrategias que cambien el juego de las campañas durante la pandemia, pero sin ignorar su deber ético de proteger la salud de los jugadores, así como la integridad democrática de los procesos.
El COVID-19 nos está mostrando la fragilidad humana y la incertidumbre repentina en la cual pueden caer los gobiernos. Los consultores políticos no deben limitarse a pensar fuera de la caja, sino reventarla en mil pedazos y darle rienda suelta a sus ideas más inverosímiles. La excentricidad de antes es la normalidad de hoy.
Parafraseando a la banda R.E.M., “Es el fin de las campañas políticas como las conocemos, y me siento bien”.