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How to Lose a Vote in 10 Seconds: El grito de Howard Dean y la importancia del contexto en la política

How to Lose a Vote in 10 Seconds: El grito de Howard Dean y la importancia del contexto en la política

Antes de que Donald Trump convirtiera lo ofensivo e indigno en la norma para obtener votos, el nivel de sensibilidad entre los electores estadounidenses era mucho mayor, al punto de que un grito de exaltación fue suficiente para derrumbar una campaña política prometedora.

El exgobernador de Vermont, Howard Dean, demostraba gran potencial para convertirse en el rostro de la facción liberal del Partido Demócrata. Contando con un mísero 3 % en las encuestas desde que anunció su candidatura para la presidencia, Dean fue ganando atención nacional por sus propuestas radicales para atender asuntos económicos y de salud, pero, sobre todo, su distintivo fue su oposición constante a la Guerra de Irak. Su imagen de político extremo para la época fue acaparando cobertura mediática, eclipsando las campañas de los candidatos del establishment como John Kerry y Dick Gephart. Al ver que el candidato nuevo y radical iba escalando en las encuestas, los candidatos del centro iniciaron una narrativa para proyectar a Dean como un hombre temperamental del cual había que cuidarse.

Rumbo a la primera contienda de la primaria en el estado de Iowa, Howard Dean parecía otro candidato: el temor a demostrar cualquier tipo de emoción que confirmara los rumores acerca de su carácter hizo que se convirtiera en un político más en la manada demócrata. Y con la disminución de energía igualmente disminuyó el apoyo electoral. De ser uno de los favoritos para llevarse el Hawkeye State, quedó en tercer lugar, siendo superado por John Kerry y John Edwards. Sintiendo que la nominación se le escapaba de las manos, el candidato necesitaba darle un poco de adrenalina al ejército de voluntarios que tanto habían sacrificado para llegar en tercer lugar y ahora le esperaba bajo un frío paralizante.

Buscando la aprobación de un rostro conocido, Dean le consultó al veterano político de Iowa, Tom Harkin, qué debía decir ante sus seguidores y miembros de la prensa. En lo que probablemente constituye la peor asesoría política de los último veinte años, Hawkin le respondió:

“Sube a la tarima, quítate la chaqueta, arrójamela y dale con todo”. 

En lo que pareció el discurso de un profesor de Geografía de los Estados Unidos bajo los efectos de metanfetamina, la aspiración presidencial de Howard Dean se esfumó en aproximadamente diez segundos. El berrinche del candidato confirmó la sospecha acerca de su carácter volátil.

Aunque parezca que la caída estrepitosa de Dean se debió únicamente a su temper tantrum seguido de un grito de vaquero alcoholizado, el exabrupto del exgobernador es solamente una parte de la ecuación que resultó en su muerte política. Tan importante resulta estudiar las acciones del candidato como lo es analizar el electorado y el contexto histórico.

La contienda de 2004 se dio en pleno apogeo de la Guerra de Irak. Estados Unidos y el mundo entero veían las consecuencias de las acciones tomadas por el entonces presidente, George W. Bush, a nivel internacional: miles de soldados abandonando a sus familias para luchar en el Oriente Medio; represión a todo lo que representara el islam; y el trato despiadado a los prisioneros en Abu Ghraib y Guantánamo.

Es difícil pensar que en la era de Donald Trump un simple grito pudiese causar tanta conmoción entre los votantes, pero el clima político de 2004 exigía otras cualidades de sus candidatos. Mientras el electorado republicano de 2016 pedía un cambio drástico en las instituciones de gobierno y un estilo de política abrasivo e irreverente, el contexto de guerra en el que se desató la segunda elección presidencial del nuevo milenio obligaba a los demócratas a cerrar filas detrás de un candidato que  representara el regreso a la normalidad, el fin del conflicto que causaba cientos de muertes diarias y que inspirara la confianza y el sosiego suficiente como para contrastar con el estilo bélico de Bush, hijo.

Howard Dean, como candidato, debió estar consciente de los tiempos en los que vivía, y de la imagen que sus adversarios pudieron introducir en la mente de los electores. La falta de planificación en su mensaje, como también la incapacidad de atemperar su carácter de manera progresiva, a través de una asesoría que le permitiera encontrar el balance entre su personalidad explosiva y la necesidad de atenuar su temperamento ante los medios, desembocó en la ruina de una campaña que muy probablemente habría tenido un mejor desempeño como oposición a George W. Bush que John Kerry, quien fue el ganador de la primaria.  

El caso del Dean Scream nos ilustra cómo la política evoluciona conforme con las circunstancias que inciden sobre la sociedad. Para 2004, el tema de debate era exclusivamente la guerra en el Oriente Medio y todas sus consecuencias sobre Estados Unidos. En lugar de transmitir inseguridad y la posibilidad de mayores conflictos bajo su presidencia, Howard Dean debió abonar al refuerzo de la aspiración entre los votantes: alcanzar paz y tranquilidad. No se trata de navegar hacia donde sopla el viento (como hizo Kerry durante la contienda contra Bush), sino de establecer un plan estratégico de comunicación dirigido hacia demostrar que era un candidato en el que se podía confiar durante los tiempos de guerra.

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