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The Beauty and the Bearded Wordsmith: Lecciones de la película "Long Shot" para los redactores de discursos políticos

The Beauty and the Bearded Wordsmith: Lecciones de la película "Long Shot" para los redactores de discursos políticos

Existen miles de películas y series acerca de la política, pero ninguna se ha dedicado a profundizar en el proceso que se lleva a cabo para la redacción de discursos políticos. O al menos eso creía, hasta que, una de esas noches de cuarentena en las que se te escapa el sueño, pero no las ganas de comerte una pizza mediana con una pinta de mantecado frente al televisor, me topé con el filme Long Shot. Tan pronto leí que en la sinopsis aparecía el término speechwriter y los protagonistas eran Seth Rogen y Charlize Theron, no dudé en darle la oportunidad. Quería ver si una comedia, con combinación tan extraña de actores, lograba hacerle justicia a la profesión de los artesanos de la palabra. 

No decepcionó. La película, dentro del humor negro y la irreverencia, expone la importancia del discurso en las campañas políticas que procuran llevar un mensaje coherente y que conecte con los votantes. 

El periodista Fred Flarsky (Rogen), renuncia tras enterarse de que el periódico independiente para el cual trabaja fue adquirido por un conglomerado mediático. Desempleado y lleno de alcohol y CDB, se encuentra con Charlotte Field (Theron), la secretaria de estado de los Estados Unidos, quien, durante sus años de adolescencia, fue niñera de Flarsky.

A solo pasos de asegurar el endoso para ser candidata presidencial, la elegante mujer de estado Field contrata al oso de felpa disfrazado de Punky Brewster como su redactor de discursos. 

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Desde relación profesional (y algo más) entre los personajes, el filme destaca elementos importantes del diario vivir de los “logógrafos”.

1. El acceso al candidato es fundamental

Por más talento que pueda tener el redactor de discursos, si no posee detalles personales del candidato, terminará escribiendo sin emoción. Para lograr un discurso persuasivo se necesita conocer aspectos particulares, por ejemplo, los recuerdos de la infancia; su relación con sus padres; lo que le causa alegría y tristeza; y qué le motivó a entrar a la política. Este tipo de relación se alcanza mediante un intercambio que genere confianza entre el político y el speechwriter, partiendo del acceso que brinda el candidato a cambio de la discreción del redactor, ya sea debatiendo si Maquiavelo era mejor estratega que Sun Tzu o ingiriendo éxtasis (Politicalingo recomienda la primera y no se hace responsable de quien elija la segunda).

 

La película capta perfectamente el proceso colaborativo que redunda en un discurso que trasciende la letanía robótica para convertirse en un mensaje persuasivo que fluye con naturalidad. 

2. El redactor no juega un doble de tenis, sino baloncesto

Aunque la relación redactor-candidato es fundamental, no es absoluta. Usualmente los candidatos tienen un séquito de consultores, todos con muchos celos de su aportación a la campaña o al gobierno y ninguna motivación para ceder sus conocimientos a quien terminará llevándose el crédito por las frases resonantes del discurso. 

En todo intercambio que involucra la administración de una campaña, cualquier detalle puede ser causa para desagradarle a otros en el equipo. Usualmente, el redactor es detestado precisamente por la facilidad con la cual puede capturar la atención del candidato, por lo que debe tener ojos en la espalda y evitar el mínimo traspié.  paso en falso como omitir una frase importante, editar sin consultar con los directores de campaña y hasta no vestirse apropiadamente, y las pirañas atacarán. Como nos enseña Fred, si no vigilas tu entorno, terminarás pareciendo un hippie de Candy Land.  

3. Hay que mantener la mente abierta

Los redactores de discursos están obligados a leer los clásicos de la retórica, pero sin descuidar la posibilidad de inspirarse por cosas completamente aisladas de la política. Una canción, una pintura y hasta una película (guiño guiño) pueden despertar el espíritu creativo, pero para inspirarse y crear, tiene que haber una disposición a comprender todo tipo de estímulo y mensaje, venga de quien venga. Escribirlo es fácil, pero en la práctica, escuchar activamente aquello que no es compatible con nuestros valores, es uno de los mayores restos, sobre todo en la política, donde los partidos y las ideologías siembran prejuicios en la profundidad de nuestro subconsciente. 

En una escena que muestra el choque de perspectivas políticas, Fred pierde la tabla cuando se entera de que su mejor amigo, Lance, además de ser un republicano capitalista, es un fiel creyente de la religión católica. 

Durante el diálogo repleto de xenofobia y racismo, Lance le da una lección de empatía a Fred, quien finalmente se percata de que, pese a su gran habilidad para la palabra escrita, tiene la empatía de un perro hambriento dentro de una carnicería. El descubrimiento que tuvo Flarsky acerca de su miopía emocional, revela una lección importante para los redactores de discursos: si no desarrollas la habilidad de explorar otras maneras de pensar -especialmente aquellas que disienten de la tuya- serás un escritor mediocre. Y esa mediocridad hará que tu candidato parezca más un pontífice que un político.

Desde la comedia irreverente, Long Shot enseña el lado oscuro del discrimen inevitable por el cual atraviesa todo speechwriter político, como también la heterogeneidad y el pluralismo que necesita la disciplina para evitar convertirse en un club social de escribas inconsecuentes.  

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